Los Estados siguen empecinados en mantener la ficción de que despliegan un control soberano de sus fronteras a través de la construcción de muros. La importancia de estos muros no se encuentra en esa supuesta eficiencia para detener las migraciones, como en la necesidad de la ostentosa visualización de un poder y de un control que se ven amenazados porque el marco desde el cual afrontan esta amenaza tiene que ver con una nostalgia decimonónica; la del estado nación “imaginado” como una entidad limitada, soberana y comunitaria.
Europa se enfrenta a la mayor crisis de refugiadosdesde la Segunda Guerra Mundial. Frente a este desafío migratorio de asilo se han alzadoimportantes voces que piden la necesaria implantación de un derecho cosmopolita de corte humanista y en sintonía con los valores propios de nuestra tradición. Hablamos especialmente del reclamo normativo de la fraternidad, arraigado como concepto clave dentro de nuestro proceso de secularización.
En esta línea, por ejemplo, el profesor de Lucas en su magnífico ensayo titulado Mediterráneo: El Naufragio de Europa, habla de un deber jurídico (y por tanto, exigible) de solidaridad para este desafío migratorio, siguiendo ese proceso de transformación en ley de aquellos reclamos normativos que están dentro de una comunidad política bajo demandas de solidaridad. El elemento esencial sobre el que pivota la idea del profesor de Lucas radicaría en el reconocimiento del derecho al derecho de cada ser humano. Estaríamos hablando por tanto de una variante de ese “derecho a tener derechos” enunciado por Hannah Arendt dentro de la tradición universalista kantiana y desarrollado por una corriente de pensadores cosmopolitas que van desde Seyla Benhabib, Martha Nussbaum, John Rawls hasta el propio Habermas entre otros. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: eldiario.es
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