jueves, 16 de junio de 2016

EL MIEDO DE LOS HIJOS DEL PECADO. Un libro recoge historias de algunos de los miles de niños de madres solteras o padres encarcelados que sufrieron torturas y abusos en los centros de auxilio social del franquismo

Los delitos prescriben pero las víctimas no. Los fantasmas de un niño que sufrió abusos sexuales en un oscuro internado vuelven muchas noches a visitar al jubilado que es ahora; hay quien no pudo nunca rehacer su vida con una relación de pareja y otros que se sienten en paz si un obispo les confirma que ningún Dios amparaba aquellas torturas. Fueron humanos, de carne y hueso, los que durante décadas machacaron la infancia de miles de niños recogidos en internados franquistas donde no había más ley que las palizas y el adoctrinamiento mediante el maltrato.

Los delitos que se cometieron allí no traspasaban los muros. “Eran niños desvalidos, huérfanos, hijos del pecado, de familias sin medios para sacar la prole adelante. El régimen creaba la situación de vulnerabilidad, con padres en la cárcel, fusilados, madres solteras repudiadas, pobreza… y después hacía propaganda con la protección de la infancia en aquellos centros de auxilio social donde muchos fueron torturados”, resumen los periodistas de la televisión catalana TV3 Montse Armengou y Ricard Belis, que todavía se asombran de la “ausencia de revanchismo, la capacidad para formar familias y ser amorosos con ellas y del ejercicio de generosidad de los afectados”, que han contado su historia para un documental y un libro cuando algunos no habían podido aún confiar el trauma sufrido a los más íntimos.

‘Los internados del miedo’ (Editorial Now books) recoge las penurias inconfesables de aquellos niños y delata a sus agresores, los que vestían sotana y los funcionarios que haciendo dejación de sus funciones permitieron que el delito fuera una forma de vida consagrada por Dios. Armegou y Belis recogen en este volumen con detalle historias que quedaron incompletas en un exitoso documental emitido el año pasado.

Como el que pone rombos a la película, los autores advierten de antemano de que las historias que se narran en el libro no recogen los terribles usos pedagógicos de la época, las palizas que a veces se daban en la propia familia. No. “Eran niños a los que quemaban sus partes o les ortigaban por haberse meado en la cama, o niñas obligadas a comer su propio vómito, el que le produjo una comida asquerosa. Algunos murieron de palizas, pero simplemente desaparecían del centro después de que sus compañeros hubieran presenciado como un mal golpe lo estrelló contra la pared y cayó inconsciente, o como un baño de dos horas y media en agua helada en pleno invierno casi acaba con la vida de una niña a la que sacaron de color azul del lavadero”, cuenta Armengou. Y sentencia sin ambages: “tortura”. Con datos médicos, el libro demuestra como alguno de aquellos chicos fueron utilizados para experimentos médicos. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: cultura.elpais.com

El complicado papel de la historia (y los historiadores) en el País Vasco tras el final del terrorismo. Por JOSÉ ANTONIO PÉREZ PÉREZ. Revista: Pasos a la izquierda Nº5 (Junio 2016)

El final del terrorismo significó un enorme alivio para las víctimas. Pero ha abierto un debate en torno a una cuestión que a día de hoy merece alguna reflexión. Nos referimos al relato histórico que quedará sobre lo vivido durante nuestro pasado más reciente y especialmente aquel que acabará por prevalecer entre las generaciones más jóvenes

En 1962, en la localidad guipuzcoana de Azkoitia, un hombre consiguió salvar en el último momento la vida de un niño tras arrebatárselo literalmente de los brazos de su madre, que murió atropellada por un camión junto con otro de sus hijos. Aquel hombre, Ramón Baglietto resultaría asesinado dos décadas más tarde, el 12 de mayo de 1980, por un comando de ETA. Fue uno más de aquella campaña que desató la organización terrorista contra la UCD hasta exterminarla políticamente en Gipuzkoa. Quien remató con cuatro disparos a quemarropa a Baglietto, exconcejal de Azcoitia por la formación centrista, y en aquellos momentos un simple militante del partido, fue Cándido Azpiazu, el niño a quien salvó de una muerte segura dieciocho años antes.

Dos décadas después de aquel asesinato un periodista alemán preguntó a Azpiazu como pudo matar al hombre que había salvado su vida. El terrorista se defendió alegando que él no era un asesino: había actuado «por necesidad histórica», «por responsabilidad ante el pueblo vasco (…), que nunca fue vencido por los romanos, ni por los visigodos, ni por los árabes. Un pueblo muy distinto al de los españoles». Como nos recuerda el historiador Gaizka Fernández, Azpiazu estaba convencido de que el País Vasco llevaba siglos defendiéndose de las agresiones foráneas, la última y más duradera de las cuales era la española. Y por ello, la vida de Ramón Baglietto, a pesar de haber salvado la suya, debía ser arrebatada al ser considerado un enemigo del Pueblo Vasco. Mitos que matan, los ha llamado este historiador.

El documentalista Iñaki Arteta recuperó esta dramática historia en su trabajo titulado Trece entre mil y su caso alcanzó una cierta notoriedad gracias a un programa de televisión que difundió aquellos hechos. Sin embargo, la terrible historia de Ramón Baglietto y su asesino es solo una más de las muchas que esconde todo lo vivido en el País Vasco durante las últimas décadas, donde víctimas y verdugos comparten ahora, en ocasiones, tras los años del terror, un mismo espacio, viven en los mismos pueblos, compran en las mismas tiendas y toman vinos en los mismos bares. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 8 de junio de 2016

La sociedad no olvida. Argentina sigue dando ejemplo a Latinoamérica y al mundo con su política de juicios de lesa humanidad.

Encuentro entre los presidentes
Jorge Videla, de Argentina,
y Augusto Pinochet,
de Chile, en 1978.
Pocos países en el mundo tienen tan presente su historia trágica reciente como Argentina. 40 años después del golpe de Estado que dio inicio a un régimen militar cruel (1976-1983) la memoria de esa tragedia crece cada día. Las víctimas de la dictadura, y sobre todo sus familias, tienen un protagonismo impensable en países como España y la mayoría de los vecinos latinoamericanos. Tanto que el presidente de EE UU, Barack Obama, visitó Buenos Aires en marzo y el viaje quedó monopolizado por el papel de su país en la primera fase de la dictadura argentina cuando, como él mismo reconoció, miró para otro lado.

Tanto en la visita de Obama como otra anterior de François Hollande, la gran protagonista fue Estela de Carlotto, líder de Abuelas de Plaza de Mayo, omnipresente en casi todos los debates sociales, en las radios, en la prensa, como un auténtico referente moral. Hollande logró la fotografía buscada con Carlotto, Obama lo intentó pero ella no quiso.

Abuelas sigue recuperando nietos que descubren a los 40 años que son hijos de desaparecidos. Sus historias aparecen en todos los medios y sigue conmocionando a la sociedad. Varios de ellos tienen protagonismo político e incluso son conocidos diputados, como Victoria Donda, congresista de izquierdas, que nació en la ESMA, el gran centro de torturas, y allí fue entregada a una familia del régimen. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: El País