El veredicto de la posteridad no siempre es justo. Flora Tristán postuló un partido internacional de los trabajadores antes que Marx y Engels, pero ha permanecido extrañamente olvidada. En el mejor de los casos, se la recuerda por ser la abuela del pintor Paul Gauguin o, a todo estirar, la protagonista de El paraíso en la otra esquina, la novela que le dedicó Mario Vargas Llosa. Tal vez la clave de este relativo ostracismo se halle en lo difícil del personaje, en su insólita desmesura. Algunas heroínas deslumbran por la perfección de sus virtudes. Flora, en cambio, seduce y repele al mismo tiempo. Fascina por su empeño en liberar a la mujer, pero su dogmatismo irritante la vuelve, muchas veces, poco simpática. No en vano, sin caer en la tentación de la humildad, pretende convertirse en el mesías que traiga al proletariado la ansiada liberación.
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Fuente: Anatomía de la Historia.
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