Es una verdad universalmente reconocida por los corresponsales de guerra, funcionarios de ayuda humanitaria y diplomáticos occidentales: el público le pone mucha atención a algunas guerras, como la de Siria, lo cual puede traducirse en mayor presión para que haya una resolución. Sin embargo, muchas otras no gozan de esa atención, como el conflicto de Yemen, que es muy encarnizado pero bastante ignorado.
Algunas de las razones son obvias; la escala de la guerra siria es catastrófica y mucho peor que la de Yemen, pero la atención consiste en algo más que cifras. En el conflicto del Congo oriental, por ejemplo, murieron millones de personas y millones más fueron desplazadas, pero obtuvieron poca atención internacional.
Cada país tiene su propia versión de esa dinámica, pero en Estados Unidos se manifiesta de una forma única.
Estados Unidos es una superpotencia pero a menudo los estadounidenses parecen tan introspectivos que resultan casi provincianos. Muchas veces los extranjeros se sorprenden de que los noticieros de ese país pasan mucho menos tiempo cubriendo lo que pasa en el resto del mundo de lo que los programas noticiosos del resto del mundo le dedican a cubrir lo que sucede en Estados Unidos.
Cuando el mundo pregunta por qué Estados Unidos ha olvidado el conflicto de Yemen y otros como ese, la situación está al revés. La verdad es que la falta de atención es lo que pasa normalmente, no la excepción.
Los conflictos obtienen la atención estadounidense solo cuando ofrecen una narrativa que atraiga tanto al público como a los actores políticos. A menudo eso requiere una combinación de relevancia inmediata en cuanto a los intereses estadounidenses, resonancia con los debates políticos estadounidenses o cuestiones culturales, y quizá más que cualquier otra cosa, un marco emocionalmente entrañable en el que se puedan identificar claramente los buenos y los malos. CONTINUAR LEYENDO
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