La prensa ha dimitido parcialmente de su función social: controlar al poder. La
mayoría de medios de comunicación de masas informa sobre los escándalos
de corrupción de manera partidista y sectaria, sin ofrecer un relato completo
que permita entender la dimensión y raíces de un fenómeno que daña seriamente
a la democracia. Por otro lado, el propio periodismo necesita regenerarse
y desterrar las malas prácticas para recuperar la credibilidad perdida.
«Muchos sabíamos que había cosas que no iban bien. Olíamos a corrupción pero no la investigábamos. El control político sobre los medios de comunicación, públicos y privados, era muy elevado. Más o menos como hoy», admitió en 2014 Lluís Foix, director y director adjunto de La Vanguardia durante buena parte del mandato del presidente catalán Jordi Pujol. «Aquí había un oasis de aguas igualmente putrefactas, una fosa séptica perfumada, un silencio clamoroso por parte de todos. Si Pujol escribía una entrevista, toda entera, con preguntas y respuestas, se había de publicar sin tocar ni una coma. [...] Un día decidí no firmar la entrevista en La Vanguardia que él mismo había escrito de arriba abajo. Puse ‘declaraciones recogidas por este diario’. El silencio de Pujol duró varios meses. Estaba castigado».
El modo en que la prensa catalana informó –o, mejor dicho, no informó– sobre el 3% que supuestamente habían estado pagando durante años las empresas constructoras al partido de Pujol para lograr concesiones de obra pública sigue siendo una mancha difícil de aclarar. En 2005, el entonces president Pasqual Maragall acusó a Convergència i Unió (CiU) de tener “un problema con el 3%”. Hasta entonces, ese tema había sido un tabú, solo roto por Josep Lluís Carod-Rovira, líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
Tras uno de los debates parlamentarios más virulentos vividos en el oasis catalán, no pasó nada. Maragall rectificó poco después ante la amenaza de que Artur Mas no le ayudara a aprobar la reforma del Estatut. Por su parte, la prensa siguió callada varios años más, hasta que la veda se abrió parcialmente cuando el propio Pujol se vio obligado a dar explicaciones sobre sus cuentas en el extranjero. Lo hizo en una carta que supuso un shock para buena parte de la sociedad catalana, a la que le costó asumir que el líder espiritual del catalanismo y su clan familiar habían estado fingiendo durante décadas. Lo peor vino después, la “confesión” era tan solo un aperitivo. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: Revista Papeles
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