Rara vez un gobernante suele ser recordado en buenos términos más por sus rasgos puramente personales o una idiosincrasia peculiar que por su actuación de gobierno, al margen de que esta pueda ser valorada en términos favorables también. José Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 y un histórico del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, la guerrilla urbana que combatió a la dictadura militar con métodos terroristas, militancia que le costó 13 tenebrosos años de presidio, llegó al cargo como el candidato ganador de la coalición oficialista de centro-izquierda Frente Amplio, de cuyo componente mayoritario, el Movimiento de Participación Popular (MPP), era dirigente. De hecho, Mujica fue el primer político de América del Sur en alcanzar la suprema magistratura de su país por la vía democrática tras haber destinado una parte de su vida a combatir con la subversión armada esa misma institución del Estado.
Mujica, en quien casi nada es convencional, basó su popularidad doméstica y su fama internacional en una imagen de hombre frugal e íntegro, que prefería seguir viviendo en su humilde chacra de la periferia de Montevideo haciendo vida de floricultor cuando las responsabilidades de gobierno se lo permitían, que era indiferente a los oropeles y privilegios del poder, y que donaba casi todo su salario a inversiones sociales, por lo que fue llamado "el presidente más pobre del mundo". También, por sus apelaciones a una ética de la "sobriedad" frente al derroche y la corrupción de la alta política, por su estilo marcadamente informal poco apegado a etiquetas y protocolos, y por su lenguaje coloquial en ocasiones rudo, que arrastró al Pepe, franco y espontáneo hasta el exabrupto, a varias polémicas. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: CIDOB
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