viernes, 6 de octubre de 2017

De Euzkadi a Euskadi. Un interesante artículo de Bernardo Atxaga.

Tenía trece años cuando escuché por primera vez la palabra Euzkadi. Estábamos un grupo de escolares mirando desde lo alto de la colina adonde nos solía llevar el maestro para la clase de Ciencias Naturales, cuando mi compañero de pupitre, impresionado quizás por la amplitud y belleza del valle que veíamos desde allí, suspiró de manera ostensible y declaró: Nik bizia emango nikek Euzkadiren alde. Es decir: yo daría la vida por Euzkadi. Detrás de nosotros había un bosque, y un pájaro entre verde y marrón salió de él y pasó por encima de nosotros como queriendo rubricar la afirmación. Gu ez gaituk espainolak, gu euskaldunak gaituk, añadió el compañero de clase cuando el pájaro ya había vuelto a desaparecer entre los árboles. "Nosotros no somos españoles, nosotros somos vascos".

El patetismo y la rotundidad de aquellas palabras me conmovieron profundamente, y creí estar ante uno de esos secretos que, al parecer, según me hacía sospechar lo ocurrido con los Reyes Magos o con la cuestión sexual, jalonaban el paso de la niñez, de la niñez mental, a la mayoría de edad. Temeroso de que mi compañero se diera cuenta de mi ignorancia fijé la vista en el centro de un árbol frondoso y dije: Nik ere bizia emango nikek Euzkadiren alde, "también yo daría la vida por Euzkadi". Como por arte de magia, el pajaro verde y marrón salió de aquel árbol y volvió a pasar por encima de nosotros como una exhalación.

Es una paloma, dijo el maestro. Luego explicó que había palomas de muchos colores, que no todas eran como las de los parques de la ciudad o como las domésticas que solían tener en los caseríos.

No sé si en el terreno de nuestros afectos existe algo equivalente a esa impronta que, según Lorenz, recibe un animal a las pocas horas de nacer dejándole marcado para siempre y directamente ligado con lo primero que ve moverse en su derredor, y es probable que el término, proveniente de la imprenta pero que ahora se utiliza sobre todo en zoología, no cuadre bien con el dominio de lo humano; pero, de todos modos, como hablar de huellas o primeras impresiones me parece excesivamente vago, prefiero decir que lo ocurrido aquel día me marcó profundamente, que hubo un antes y un después de la conversación con mi compañero de pupitre, que aquellas extraordinarias palabras dejaron en mí una impronta que nunca desde entonces he dejado de sentir en mi interior. Naturalmente, no fui un caso aislado, sino uno más de los muchísimos que se dieron en aquella época, principios de los sesenta, en todas las zonas del país donde la lengua vasca se mantenía fuerte y en algunas en las que no se mantenía tanto. Todos supieron de la existencia de un país oculto, y a todos les emocionó la noticia cuando, al igual que lo había hecho mi compañero de escuela, los encargados de transmitirla se mostraron tristes y soñadores: tristes al principio de la conversación, cuando se trataba de hablar de la guerra perdida y del pueblo sojuzgado por un dictador obsesionado con destruir todo lo vasco; soñadores después, cuando se explicaba el ideal, que no era otro que la liberación de Euzkadi. CONTINUAR LEYENDO
 

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