martes, 11 de julio de 2017

La lucha de la mujer en el siglo XXI. Un artículo de Olivia Muñoz Rojas publicado en el País Semanal (21 de Abril de 2017).

QUÉ SIGNIFICA ser mujer y feminista en el siglo XXI? Somos muchas mujeres las que nos lo preguntamos sin hallar una respuesta única. Esto no es necesariamente algo negativo, sino el reflejo de la experiencia individual de cada una, así como de la riqueza conceptual y práctica del feminismo como tradición moderna de pensamiento y activismo que cumple casi dos siglos y medio de historia. De su tronco han ido brotando numerosas ramas a lo largo del tiempo, reflejo, a su vez, del creciente número de mujeres (y hombres) que en diversas partes del mundo luchan por la igualdad entre los sexos y debaten sobre cómo debe ser una sociedad igualitaria. La desigualdad de género se manifiesta de muchas maneras: desde la brecha salarial en nuestro país hasta la ausencia de iguales derechos para las mujeres en algunas sociedades de tradición islámica, pasando por el sexismo en el lenguaje en muchos idiomas europeos o el reparto asimétrico de las (pesadas) tareas domésticas en todo el planeta.

Entre los retos, especialmente en el mundo desarrollado, está, por un lado, no dormirse en los laureles y pensar que ya hemos alcanzado sociedades prácticamente igualitarias, y por otro, no caer en actitudes dogmáticas que, por excesivamente victimistas o excluyentes, generan rechazo entre muchas mujeres que terminan por no identificarse con la causa feminista. A pesar de la existencia de indicadores objetivos de desigualdad de género, existe la percepción de que son cada vez menos las mujeres jóvenes que se autodefinen como feministas. Para muchas de ellas, el feminismo se ha vuelto sinónimo de rechazo al hombre, la maternidad, la belleza femenina y otros valores tradicionalmente de la mujer a los que no necesariamente quieren renunciar. Ante esta noción de este movimiento como ruptura radical con los hombres (re)surgen corrientes más conservadoras, naturistas o new age que abogan por la complementariedad de los sexos y emplazan a las mujeres a asumir incondicionalmente su papel biológico de gestadoras y cuidadoras. Reivindican un lugar y una visibilidad equivalente para las actividades reproductivas y productivas, por ejemplo, espacios urbanos y laborales más amables con la crianza. Sin embargo, incurren con frecuencia en el mismo dogmatismo que se achaca al feminismo radical.

En lugar de imaginar a las mujeres como una suerte de hermandad que debe regirse por los mismos principios –la autosuficiencia absoluta o nuestra capacidad reproductiva–, algunas feministas ven a un colectivo de personas con vidas y aspiraciones diversas, que incluye también a hombres, unidos en una lucha común por la igualdad de condiciones y oportunidades de mujeres y hombres. Entre ellas, la de, como mujeres, elegir libremente nuestro modo de vida sin miedo a ser juzgadas socialmente, sea como madres, trabajadoras, solteras o las tres cosas a la vez. O, como hombres, la de asumir papeles y tareas tradicionalmente femeninos sin ser estigmatizados por la sociedad. No se puede redefinir el papel de la mujer sin redefinir el del hombre.

La minoría más grande de la humanidad sabe en el fondo todo lo que se juega y no va a cejar en su lucha

Es quizá en los países en desarrollo donde resulta más evidente que la batalla por la igualdad de género se solapa con las luchas por la igualdad social. Muchas veces son mujeres procedentes de comunidades étnicas marginales las que toman la delantera en las luchas campesinas por defender la tierra, por ejemplo. Al fin y al cabo, ellas sufren una doble o hasta triple violencia en su condición de mujeres, pobres, no blancas o étnicamente minoritarias. Suelen ser las más explotadas entre los explotados.

De la energía, determinación y visión de estas mujeres hay mucho que aprender en el mundo occidental en un momento en el que, además del riesgo de dormirse en los laureles o atrincherarse en el dogmatismo, el movimiento feminista se enfrenta a la cooptación por parte del mercado y los medios. No es el primero ni será el último movimiento contestatario que acabe nutriendo de eslóganes a las grandes corporaciones. Puede que las campañas de la marca Dove a favor de la “belleza real” femenina hayan tenido un efecto positivo sobre la autoestima de muchas mujeres. Pero no debemos olvidar que el objetivo último de las marcas no es este, sino vendernos más productos. También conviene distinguir entre un interés genuino de los medios por la causa feminista, el cual, por supuesto, hay que fomentar; y una moda pasajera que puede llegar a banalizar una lucha que lo es todo menos banal.

En un entorno político global crecientemente reaccionario, las mujeres tienen mucho que perder. Por ello, y a pesar de los retos señalados, las extraordinarias movilizaciones que se produjeron el pasado 8 de marzo en todo el mundo en defensa de las mujeres y contra la violencia machista son síntoma de que la minoría más grande de la humanidad sabe en el fondo lo que se juega y no va a cejar en su lucha.

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