En la celebración de este Año Europeo toma especial relevancia el Manifiesto para la educación de adultos en el siglo XXI. Se trata de un documento publicado por la EAEA y traducido a dieciocho lenguas europeas donde se definen siete ámbitos de actuación en los cuales la educación permanente puede ejercer una notable influencia transformadora en la ciudadanía. Parece evidente que en un contexto tan dinámico a nivel social, económico, político y mediambiental como es la Europa del siglo XXI, la educación de personas adultas puede proporcionar herramientas muy útiles para la adaptación de gran parte de la ciudadanía a estos crecientes cambios. ¿Cuáles son, según el manifiesto, estos desafíos a los que hacemos frente desde la educación de personas adultas?
En primer lugar, hablamos de conceptos tan necesarios en el panorama político actual como los de ciudadanía activa, democracia y participación. La educación permanente puede (y debe) jugar un papel fundamental en la promoción de ciudadanos concienciados, críticos y participativos. De hecho, en no pocos países de Europa (y España es un claro ejemplo de ello) la fundación de centros de adultos ha sido un logro de movimientos emancipadores impulsados desde distintos colectivos. Además, tal y como señala el Manifiesto, existen estudios que establecen una clara correlación entre la confianza en las instituciones y la eficacia política con los niveles de competencias. Cuanto más bajo es el nivel de competencias básicas, más baja es la confianza en las instituciones y, por tanto, más fácilmente estamos expuestos a discursos simplistas y populistas que generan confrontación y conflicto.
Un segundo desafío se establece en el ámbito de las habilidades para la vida de las personas. La participación en programas de formación permanente contribuye a la mejora de las habilidades sociales de las personas participantes. Pero no solo eso. Pueden representar, además, una mejora de las competencias básicas, generar nuevas perspectivas profesionales, promover el aprendizaje de idiomas y de nuevas culturas, establecer estilos de vida más sanos y sostenibles o posibilitar el apoyo de padres y madres a los procesos formativos de sus hijos e hijas. No parece una mala inversión, pues.
Además, la educación permanente contribuye a la cohesión social, la equidad y la igualdad. Siempre se habla de la educación de personas adultas como un espacio de segundas oportunidades. Añadíria de terceras, de cuartas... pero no para el alumnado, sino para el propio sistema. Los países deben dotarse de estructuras educativas que favorezcan la cohesión social y la igualdad y, en este sentido, los centros de adultos pueden jugar un papel relevante en la mejora de las oportunidades de grandes colectivos de personas y en el favorecimiento de su inclusión social.
Un cuarto reto se centra en el empleo y la digitalización. Son numerosos los estudios que establecen una clara correlación entre niveles de formación superiores y tasas de paro más reducidas. Es decir, mejoremos la formación de la ciudadanía para mejorar sus opciones de ocupabilidad. Pero no solo eso. La educación de personas adultas debe ser sensible también a los procesos de cambio tecnológico y, por tanto, promover la competencia digital como una más de las competencias básicas. En un mundo cada vez más digitalizado, la competencia digital se torna requisito imprescindible para un inclusión ciudadana plena. Todo ello, por supuesto, sin abandonar la dimensión social que reclama una sociedad europea en transformación.
Por otro lado, la educación para las personas adultas es una herramienta enormemente eficaz en la gestión de la migración y el cambio demográfico. No solo como proveedora de mecanismos para la formación e integración de las personas recién llegadas, sino también como espacio para la relación intercultural y, por tanto, para el fomento de actitudes de tolerancia y respeto favorables a la integración de los inmigrantes. Además, a nivel demográfico, una formación a lo largo de la vida asegura ciudadanos más activos y sanos a edades avanzadas.
En un contexto energético y mediambiental tan específico como el actual, la educación para la sostenibilidad se convierte en otro de los pilares de la educación permanente. En este sentido, la educación de personas adultas puede aportar interesante información para la promoción de nuevos estilos de vida más sostenibles y creativos.
Por último, el Manifiesto establece que la educación de adultos contribuye al desarrollo e implementación de importantes estrategias en las políticas europeas en términos de crecimiento, ocupabilidad y empleo, innovación, equidad, cohesión social, reducción de la pobreza, cambio climático o ciudadanía activa. Así pues, la educación permanente debe convertirse en un elemento central en las políticas educativas de los países miembros de la UE.
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