La consolidación del envejecimiento activo como paradigma tiene mucho también de coartada política y económica. Durante los años ochenta y noventa, en medio de la oleada de ajustes iniciada por Reagan y Theatcher, se hicieron evidentes los importantes ahorrros públicos que se podían conseguir si la eventual dependencia aparece más tarde en la vida, si las personas se esfuerzan por sí mismas en mantener hábitos saludables, si las pérdidas de ciertas funciones o capacidades se ven compensadas por nuevos aprendizajes, mayor ergonomía ambiente o nuevos objetos y dispositivos que ayuden a compensarlas.
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