martes, 31 de octubre de 2017

¿Por qué ya se empieza a hablar del “Planeta Plástico”? Teresa López. United Explanations.

De los 8’3 billones de toneladas de plástico que la humanidad ha producido hasta hoy, más del 70% son ya residuos inservibles, acumulados en su mayoría en vertederos de todo el mundo de forma indefinida y nociva. ¿Quieres saber más sobre el ‘Planeta Plástico? Te contamos el problema y sus respuestas.

Desde la cápsula de café del desayuno hasta la ensalada embolsada de la cena, pasando por el botellín de agua de la máquina expendedora a media mañana. Decenas de envases y embalajes desechables están más que integrados en nuestra rutina diaria. Se trata de productos funcionales que, como su propio nombre indica en muchos casos, usamos y tiramos. Un día tras otro, millones de personas generamos millones de kilos de residuos plásticos que tiramos sin preguntarnos, a menudo, qué pasa con ellos después.

Un estudio reciente ha cuantificado por primera vez la cantidad de plástico producida a nivel mundial desde que se inventase este derivado del petróleo hace 65 años: 8’3 billones de toneladas. Un volumen equiparable al de 25.000 edificios Empire State o a un billón de elefantes, capaz de cubrir la superficie de toda Argentina si se esparciese. Para hacernos una idea del imparable uso de este material, el estudio señala que la mitad de esas toneladas se han creado sólo en los últimos trece años. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 29 de octubre de 2017

Demasiados cerebros de gallina. Un artículo de Javier Marías (El País 28/X/2017).

Me entero de unas recientes estadísticas americanas que aún no hielan, pero enfrían sobremanera la sangre. Más que nada por eso, porque no son de Rusia ni de las Filipinas ni de Turquía ni de Cuba ni de Egipto ni de Corea del Norte, sino del autoproclamado “país de los libres” desde casi su fundación. El 36% de los republicanos cree que la libertad de prensa causa más daño que beneficio, y sólo el 61% de ellos la juzga necesaria. Entre los llamados millennials, sólo el 30% la considera “esencial” para vivir en una democracia (luego el 70% la ve prescindible). Hace diez o quince años, sólo el 6% de los ciudadanos opinaba que un gobierno militar era una buena forma de regir la nación, mientras que ahora lo aprueba el 16%, porcentaje que, entre los jóvenes y ricos, aumenta hasta el 35%. Un 62% de estudiantes demócratas —sí, he dicho demócratas— cree lícito silenciar a gritos un discurso que desagrade a quien lo escucha. Y a un 20% de los estudiantes en general le parece aceptable usar la fuerza física para hacer callar a un orador, si sus declaraciones o afirmaciones son “ofensivas o hirientes”. Por último, el 52% de los republicanos apoyaría aplazar —es decir, cancelar— las próximas elecciones de 2020 si Trump así lo propusiera.

Todo ello es deprimente, alarmante y no del todo sorprendente. Nótese la entronización de lo subjetivo en el dato penúltimo. Los dos adjetivos, “ofensivo” e “hiriente”, apelan exclusivamente a la subjetividad de quien oye o lee. Alguien muy religioso sentirá como hiriente que otro niegue la existencia de Dios o que su fe sea la verdadera; alguien patriotero, que se diga que su país ha cometido crímenes (y no hay ninguno que no lo haya hecho a lo largo de la Historia); alguien ultrafeminista, que se critique la obra artística de una congénere; alguien independentista, que se disienta de sus convicciones o delirios. En todos esos casos se vería justificado acallar a voces o mediante violencia al que nos contraría, porque “nos hiere u ofende”. Y como las subjetividades son infinitas y siempre habrá a quien ofenda o hiera cualquier cosa, nadie podría decir nunca nada, como en los regímenes totalitarios. Bueno, nada salvo los dogmas impuestos por el régimen de turno, de derechas o de izquierdas.
 
Esas estadísticas son estadounidenses, pero me temo que en Europa no serían muy distintas. No es una cuestión de edad ni de ideología. Como se comprueba, participan de la intolerancia los mayores y los jóvenes, los demócratas y los republicanos. Demasiada gente, en todo caso, dispuesta a cuestionar o suprimir la libertad de expresión y de prensa, a celebrar un gobierno de militares, a callarles la boca por las bravas a quienes sostienen posturas que no les gustan. Las estadísticas de aquí las proporcionan las redes sociales, en las que un número ingente de individuos recurre de inmediato al ladrido, la amenaza y el insulto ante cualquier opinión diferente a la suya. Las más de las veces cobardemente, no se olvide, bajo anonimato. No cabe sino concluir que una serie de valores “democráticos”, que dábamos por descontados, se están tambaleando. Valores fundamentales para la convivencia, para el respeto a las minorías y a los disidentes, para que la unanimidad no aplaste a nadie. Algo lleva demasiado tiempo fallando en la educación, y las conquistas y avances en el terreno del pensamiento, de la igualdad social, de las libertades y derechos, de la justicia, nunca están asegurados.

Personas con importantes cargos, y por tanto con influencia en nuestras vidas, razonan de manera cada vez más precaria, como si a muchas se les hubiera empequeñecido el cerebro. No sé, un par de ejemplos: la diputada Gabriel ha incurrido en una de las mayores contradicciones de términos jamás oídas, al calificarse a sí misma de “independentista sin fronteras” (sic); y, después de la españolísima chapuza de Puigdemont en su Parlament el 10 de octubre, cerebros como el de Colau o el de los cada vez más osmóticos Montero e Iglesias (ya no se sabe si él la imita a ella o ella a él, hasta en el soniquete y los gestos) dedujeron que al President de la Generalitat había que “agradecerle” su galimatías, porque podía haber sido peor, y menos “generoso”. Tras haber mentido, engañado y difamado compulsivamente, tras haberle ya causado un irremediable daño a su amada Cataluña, haber montado un referéndum-pucherazo digno de Franco y haberle dado validez con cara granítica, haberse burlado de su propio Parlament y haberlo cerrado a capricho; tras haber violado las leyes y haber despreciado a más de la mitad de los catalanes, ¿qué es lo que hay que “agradecerle”? ¿Que no sacara una pistola y gritara “Se sienten, coño”, como Tejero? Es como si al atracador de un chalet hubiera que agradecerle que se llevara sólo los billetes grandes y dejara los pequeños, y se limitara a maniatar a los habitantes, sin pegarles. Señores científicos, hagan el favor de estudiar con urgencia por qué tantos cerebros humanos, en los últimos tiempos, han retrocedido y menguado hasta alcanzar el tamaño del de las gallinas.

martes, 24 de octubre de 2017

La perversa ambigüedad del régimen Saudí con el terrorismo yihadista.

"Arabia Saudí ha sido una fuente de financiación principal para grupos rebeldes y organizaciones terroristas desde los '70", relata un informe del Parlamento Europeo. En este artículo realizamos un análisis sobre las corrientes salafistas, la relación del wahhabismo saudí con la yihad internacional, y el papel del Estado de los Saud en el patrocinio de una visión estricta del Islam y la financiación del terrorismo global.
 
 Durante las últimas semanas mucho se ha escrito sobre la relación entre Arabia Saudí y el terrorismo. Han sido muchas las voces que han denunciado la relación directa entre los ataques en Europa y la financiación de ISIS por parte del reino saudí. Aunque se ha demostrado que el Estado del Golfo no financia al grupo armado, ello no es óbice para descartar la relación que existe entre el actual terrorismo de corte yihadista y el reino de los Saud.

Asimismo, muchas voces han establecido una relación directa entre la venta de armas al reino del desierto y las represalias, en forma de ataques terroristas, por dicho apoyo. Profundamente reprochable —y prohibida legalmente— como resulta la venta de armamento a un país que viola los derechos humanos dentro y fuera de su territorio, la realidad es que resultan dos temas de distinto calado. Aquí vamos a limitarnos a explicar algunos de los puntos que ilustran la relación del régimen saudí con el actual terrorismo de corte yihadista. CONTINUAR LEYENDO
 

Una herencia del ébola: niños con cataratas. Un artículo del New York Times es.

FREETOWN, Sierra Leona – Cuando una enfermera la subió a la mesa de cirugía, Aminata Conteh, una niña de ocho años, cruzó sus delgados tobillos con confianza y se quedó completamente inmóvil mientras los doctores le anestesiaban un ojo y luego lo pinchaban con una aguja para sacar una muestra de líquido.

Hace dos años, el ébola casi mató a Aminata. Ahora, las complicaciones de la enfermedad han puesto en riesgo su vista.

Llegó con su madre a un hospital oftalmológico a fines de julio, con la esperanza de que una cirugía retirara una densa catarata que había nublado el cristalino de su ojo derecho, afectando casi por completo su visión.

Las cataratas por lo general afectan a los ancianos pero, sorpresivamente, los médicos africanos las han descubierto en jóvenes sobrevivientes del virus del Ébola que, en algunos casos, son diagnosticados a edades tan tempranas como los 5 años. Además, por motivos que nadie comprende, algunos de esos niños tienen las cataratas más duras y gruesas que los cirujanos hayan visto jamás, junto con cicatrices muy profundas en los ojos.

La epidemia en África Occidental ha sido la más grande del mundo, con más de 28.600 personas infectadas y 11.300 muertas en Guinea, Liberia y Sierra Leona.

Hay cerca de 17.000 sobrevivientes del ébola en África Occidental, y los investigadores calculan que el 20 por ciento de ellos han tenido una inflamación grave dentro del ojo, llamada uveítis. Puede causar ceguera pero, si se cura y la vista se recupera, es posible que se presenten cataratas de inmediato. Por lo general, solo un ojo es afectado. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 14 de octubre de 2017

El Exilio republicano español.. Documental.


Vídeo. Exilio. El Exilio republicano español. 1969-1978. Incluido en el portal Biblioteca del Exilio de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Pertenece al DVD Exilio. El Exilio republicano español. 1939-1978
 

En Francoland. Un artículo de Antonio Muñoz Molina publicado en el País (13/X/2017).


En Europa o América, les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado

 Me pasó la última noche de septiembre en Heidelberg, pero me ha pasado igual con cierta frecuencia en otras ciudades de Europa y de América, incluso aquí, dentro de España, en conversaciones con periodistas extranjeros. Muchas veces, en épocas diversas, con una monotonía en la que solo cambia el idioma y el motivo inmediato, me ha tocado explicar con paciencia, con la máxima claridad que me era posible, con voluntad pedagógica, que mi país es una democracia, sin duda llena de imperfecciones, pero no muchas más ni más graves que las de otros países semejantes. Me he esforzado en dar fechas, mencionar leyes, cambios, establecer comparaciones que puedan ser útiles. En Nueva York he debido recordarle a personas llenas de ideales democráticos y condescendencia que mi país, a diferencia del suyo, no admite la pena de muerte, ni la cadena perpetua, ni el envío a prisión de por vida de menores de edad, ni la tortura en cárceles clandestinas.

Fuera de España uno a veces tiene que dar explicaciones de historia, y hasta de geografía. Hasta no hace mucho tiempo, un ciudadano español tenía que explicar, aun sabiendo que había grandes posibilidades de que no se le hiciera ningún caso, que el País Vasco no se parece al Kurdistán, ni a Palestina, ni a las selvas de Nicaragua en las que los sandinistas resistían al dictador Somoza. Uno explicaba que el País Vasco es uno de los territorios más desarrollados y con más alto nivel de vida de Europa; y además que dispone de un grado de autogobierno y hasta soberanía fiscal muy superior a la de cualquier Estado o región federada del mundo. Lo más que se conseguía era una sonrisa cortés, aunque también incrédula. 

Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la guerra civil y al derramamiento de sangre. El estereotipo es tan seductor que lo sostienen sin ningún reparo personas que están convencidas de sentir un gran amor por nuestro país. Nos quieren toreros, milicianos heroicos, inquisidores, víctimas. Nos aman tanto que no les gusta que pongamos en duda la ceguera voluntaria en la que sostienen su amor. Aman tanto la idea de una España rebelde en lucha contra el fascismo que no están dispuestos a aceptar que el fascismo terminó hace muchos años. Les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado en los últimos 40 años: que no vamos a misa, que las mujeres tienen una presencia activa en todos los ámbitos sociales, que el matrimonio homosexual fue aceptado con una rapidez y una naturalidad asombrosas, que hemos integrado, sin erupciones xenófobas y en muy pocos años, a varios millones de emigrantes. 

La otra noche, en Heidelberg, la víspera del ya célebre 1 de octubre, en medio de una cena muy grata con profesores y traductores, tuve que repetir mi explicación, con una vehemencia que me hizo sobreponerme al desánimo. Una profesora alemana me dijo que, según le acababa de contar alguien de Cataluña, España era todavía “Francoland”. Le pregunté, tan educadamente como pude, qué sentiría ella si alguien decía en su presencia que Alemania es todavía Hitlerland. Se ofendió enseguida. Tan calmadamente, tan pedagógicamente como pude, le aclaré lo que no tiene que aclarar nunca ningún ciudadano de ningún otro país avanzado de Europa: que España es una democracia, tan digna y tan imperfecta como Alemania, por ejemplo, y tan ajena como ella al totalitarismo; incluso más, si atendemos a los últimos resultados electorales de la extrema derecha. Si, según su informante catalana, seguíamos en la tierra de Franco, ¿cómo era posible que Cataluña dispusiera de un sistema educativo propio, un Parlamento, una fuerza de policía, una radio y una televisión públicas, un instituto internacional para la difusión de la lengua y la cultura catalanas? El reconocimiento de la singularidad de Cataluña era tan prioritario para la naciente democracia española, le dije, que la Generalitat se restableció incluso antes de que se aprobara la Constitución. Extraño país franquista el nuestro, tan opresor de la lengua y de la cultura catalana, que elige una película hablada en catalán para representar a España en los Oscar.

Quien ha vivido o vive fuera de nuestro país conoce lo precario de nuestra presencia internacional, la asfixia presupuestaria y el mangoneo político que han malogrado tantas veces la relevancia del Instituto Cervantes, la falta de una política exterior ambiciosa a largo plazo, de un acuerdo de Estado que no cambie desastrosamente de un Gobierno a otro. La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos. Los terroristas vascos y sus propagandistas supieron aprovecharse muy bien de ellos durante muchos años, precisamente aquellos en los que éramos más vulnerables, cuando a los pistoleros más sanguinarios se les seguía concediendo en Francia el estatuto de refugiados políticos.

De modo que a los independentistas catalanes no les ha costado un gran esfuerzo, ni un gran despliegue de sofisticación mediática, volver a su favor en la opinión internacional eso que ahora todo el mundo se ha puesto de acuerdo en llamar “el relato”. Lo habían logrado incluso sin la colaboración voluntariosa del Ministerio del Interior, que envió a policías nacionales y guardias civiles a actuar de extras en el espectáculo amargo de nuestro desprestigio. Pocas cosas pueden dar más felicidad a un corresponsal extranjero en España que la oportunidad de confirmar con casi cualquier pretexto nuestro exotismo y nuestra barbarie. Hasta el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente a conciencia, sin ningún escrúpulo, sabiendo que miente, con perfecta deliberación, sabiendo cuál será el efecto de su mentira, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es un cuerpo “paramilitar”.

Como ciudadano español, con todo mi fervor europeísta y viajero, me siento condenado sin remedio a la melancolía, por muy variadas razones. Una de ellas es el descrédito que sufre el sistema democrático en mi país por culpa de la incompetencia, la corrupción y la deslealtad política. Otra es que el mundo europeo y cosmopolita en el que personas como yo nos miramos y al que hemos hecho tanto por parecernos prefiere siempre mirarnos a nosotros por encima del hombro: por muy cuidadosamente que queramos explicarnos, por mucha aplicación que pongamos en aprender idiomas, a fin de que se entiendan bien nuestras explicaciones inútiles.


Albert Boadella explica cuáles son los hechos diferenciales catalanes.