Entre los éxitos más notorios del “presentismo” en nuestro país se cuenta la impresión generalizada de que el franquismo se aplicó con especial saña y, sobre todo, desde el inicio contra las llamadas “comunidades históricas”. Basta un recuento mínimamente riguroso para comprobar que esto no fue así (Espinosa, 2009). Sin embargo, la llamada “memoria histórica” acude a relatos construidos ad hoc que respaldan sus presupuestos de partida, porque, como ya advirtiera Todorov (2002), la memoria colectiva no es memoria, sino solo “un discurso que se mueve en el espacio público”.
En el caso del País Vasco ese éxito radica en buena medida en el fuerte y útil sentido de comunidad de que ha hecho gala históricamente la región. A cada conflicto que ha sufrido ha respondido construyendo relatos capaces de reconciliar a la parte más dinámica de su élite mediante una explicación exógena y victimista. Obviando lo que cada uno de ellos ha tenido de contradicción interna, todos han sido reducidos grosso modo a un pertinaz ataque exterior contra una comunidad vasca percibida inmutable, única y unida, pacífica y dedicada a lo suyo. Por no ir más allá de la contemporaneidad –aunque el asunto se remonta a dos o tres siglos antes–, los conflictos civiles entre vascos que ocultó la magnitud de la francesada, de las guerras carlistas, de la última guerra civil y hasta de la “úlcera” terrorista de este pasado medio siglo se han subsumido en la impresión de una agresión reiterada contra un pueblo victimizado (Rivera, 2004). A cada brecha social, los vascos hemos sabido fraguar un relato que oculta la verdad de lo sucedido (la historia) para así restañar las heridas internas, reconciliar a determinadas élites y cuerpos sociales, y derivar hacia otro lado o hacia la nada las responsabilidades (Castells y Rivera, 2015).
Como la llamada “memoria histórica” parece no tener un tiempo más señero que la guerra civil de 1936 y la posterior dictadura franquista, será bueno acudir a esta. No es nueva la apreciación de que el nacionalismo vasco trató desde el principio de presentar aquella como una “guerra nacional”, entre los vascos (republicanos, aunque se obvie) y España (en conjunto, fascista) (Aguilar, 1998). El corolario de esa versión ahistórica sería una interpretación de la represión franquista en el País Vasco en clave de genocidio y su incorporación como otro proceso más en una trayectoria secular de “conflicto” o de confrontación entre España y los vascos (Egaña, 2011; Irujo, 2015).CONTINUAR LEYENDO
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