Muchos de los antieuropeos, los críticos que ahora levantan la voz contra Europa, son prisioneros de una enmohecida nostalgia nacional. En este sentido argumenta, por ejemplo, el intelectual francés Alain Finkielkraut: Europa ha creído que puede constituirse sin las naciones, incluso contra ellas. Quiere castigar a las naciones por los horrores del siglo XX. Pero no hay democracia posnacional. La democracia es monolingüe. Para que funcione requiere una lengua común, referencias vitales comunes y un proyecto común. No nacemos como ciudadanos del mundo. Las comunidades humanas tienen límites. Pero Europa no toma esto en cuenta. Por eso, la opinión pública europea no se puede entusiasmar con la Unión Europea.
Esta crítica a Europa, sin embargo, se basa en la mentira existencial nacional de que en la sociedad y en la política europeas podría haber un retorno idílico al Estado-nación. Da por hecho que el horizonte nacional es el marco para diagnosticar el presente y el futuro de Europa. A esas críticas replico: abrid los ojos y veréis que no solo Europa, sino el mundo entero, se encuentran en una transición en la que las fronteras que ahora funcionan han dejado de ser reales.
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